Hipócrates: ¿El padre de la medicina?
Dr. Jorge González Hernández
Profesor de Neurología
Pontificia Universidad Católica de Chile
¿Por qué pensar en Hipócrates como el “padre” de la medicina? ¿Es que no hubo medicina antes de él? ¿Es que él la inventó?
Indudablemente la medicina es tan antigua como lo es el hombre, e incluso tal vez más. Aparece cuando un ser sensible intenta ayudar a otro que está sufriendo, actitud que podemos observar, incluso, en muchos animales. Esa es la esencia del acto médico, la ayuda a un ser sufriente. Todos somos médicos en potencia pero, como en todas las actividades, el desarrollo de la cultura ha traído consigo la especialización, necesaria de acuerdo a la acumulación del conocimiento y la adquisición de destrezas específicas.
Sin embargo, el concepto de salud y enfermedad y el enfoque diagnóstico, terapéutico y ético de la medicina ha sufrido notables cambios en el transcurso de la historia. No es igual el pensamiento médico actual que el de hace tres mil años, ni siquiera es igual en todas las actuales culturas. Entonces: ¿Cuál es el hijo de Hipócrates?
Son escasos los antecedentes biográficos que la historia ha conservado. Hipócrates nació en Cos, isla del Egeo, hacia el año 460 aC. Su padre, Heráclides, fue médico y posiblemente lo inició en este arte. Emparentado con Asclepios, el antiguo dios de la medicina griega, ejerció su arte en la isla de Cos y en muchos otros lugares del mediterráneo, incluyendo Atenas, Egipto, Macedonia y Asia Menor.
Alcanzó inmensa fama como médico, fundando una escuela que perduró por siglos. Murió en Larissa a la edad de 100 años aproximadamente.
La compilación de sus enseñanzas, agrupadas en el “Corpus Hippocraticum”, se ha conservado gracias a la famosa biblioteca de Alejandría, fundada en el s. III aC, donde los manuscritos fueron copiados, corregidos y guardados. Actualmente sabemos que estos textos fueron escritos por diferentes autores y en diferentes épocas. Incluso es dudoso el origen del famoso “Juramento Hipocrático”, que algunos investigadores atribuyen a los pitagóricos. Por lo tanto cuando nos referimos a las Enseñanzas Hipocráticas, más que hacerlo a un personaje en particular, lo hacemos a todo un movimiento intelectual, filosófico y práctico que se desarrolló en la antigua Grecia y que marcó notablemente el ulterior desarrollo de la medicina occidental.
Para comprender el gran aporte de Hipócrates a nuestra cultura, debemos situarnos en la época prehipócrática. Un mundo marcado por la mitología, la superstición y las creencias mágico-religiosas. Los dioses y demonios juegan un rol fundamental en la comprensión de los fenómenos naturales, entre ellos, la salud y enfermedad. Los sacerdotes, intermediarios entre la divinidad y el hombre, son los administradores de la curación, que se lleva a cabo en los grandes templos de Apolo y Asclepios. La clase sacerdotal y la enfermedad se apoyan mutuamente. El estado de sufrimiento genera, en el enfermo, el momento propicio de búsqueda espiritual y el logro de la curación en el templo, refuerza la creencia en sus dioses. Existe abundante evidencia de que efectivamente muchos pacientes se mejoraban con estas técnicas. Recordemos que el cuerpo tiene una gran capacidad autocurativa y que la sugestión puede obrar maravillas.
Fuera de los templos tenemos además, una infinidad de charlatanes y oportunistas, de distintas tendencias, intentando ganarse la vida a costa del sufrimiento del enfermo. Era común el uso de espectaculares tratamientos que, fuera del impacto teatral, no aportaban ningún beneficio. En muchas ocasiones los tratamientos eran más nocivos que la misma enfermedad (sangrías, purgantes, emetizantes). No era raro que los médicos usaran su conocimiento en complicidad para abortos u homicidios.
Es en este ambiente donde surge la genialidad griega, encabezada por grandes filósofos como Demócrito, Sócrates, Platón o Aristóteles, muchos de ellos contemporáneos a Hipócrates. Se destaca la valoración del hombre por sobre sus creencias y dogmas y su capacidad para comprender la naturaleza haciendo uso de la razón y la experiencia sensorial. Se desarrolla el diálogo intelectual y el método de observación y clasificación de los fenómenos naturales. Se entiende la naturaleza como regulada por leyes inteligibles y no por los caprichos de los dioses. Todo esto, unido a un profundo espíritu docente, lleva a la formación de numerosas escuelas filosóficas y a la copiosa redacción de escritos que en gran número han perdurado hasta nuestros días.
Las antiguas ideas estaban en crisis y la medicina requería también un cambio desde sus cimientos, tanto en sus aspectos conceptuales, como en los prácticos y éticos. La historia ha señalado a Hipócrates como el símbolo de estos cambios.
Desde el punto de vista conceptual, Hipócrates entendió la enfermedad como un fenómeno natural, con causas ambientales y físicas, susceptibles de ser comprendidas. Por ejemplo, refiriéndose a la epilepsia, refiere:
“En relación a la enfermedad llamada sagrada, la situación es ésta: a mí no me parece en absoluto más divina que las demás, sino que tiene la misma naturaleza que las otras y la misma causa de la que cada una deriva”.
No deja de reconocer, Hipócrates, a la divinidad como sustrato de todo lo existente, pero es una divinidad inteligible, que se manifiesta en la naturaleza y sus leyes.
En la historia de cualquier enfermo hay un pasado, un presente y un futuro. A este último, es decir el pronóstico, le otorga Hipócrates una importancia fundamental. El médico debe ser capaz de predecir el curso que seguirá la enfermedad con la mayor exactitud posible.
Para poder predecir con éxito es necesario conocer el pasado del paciente a través de una detallada historia clínica, que considere sus hábitos, inclinaciones, enfermedades previas, aspectos psicológicos y cualquier otro dato de interés. El estado presente se evalúa con un minucioso examen, en que el médico utiliza todos sus sentidos y que, además del paciente, incluye el entorno. De la historia, el examen, el conocimiento y el entendimiento del médico surgirá el diagnóstico, cuya finalidad principal es el pronóstico:
“En cuanto a las predicciones brillantes y teatrales se extraen del diagnóstico que prevee por qué vía, de qué manera y en qué tiempo cada enfermedad acabará, sea que se vuelva hacia la curación, sea que se vuelva hacia la incurabilidad”
Hipócrates destaca el hecho de que siempre es mejor prevenir las enfermedades, de ahí la necesidad de que el médico no sólo esté presente cuando aparece la dolencia sino que permanentemente fomente la conservación de la salud:
“Más vale prevenir que curar”
Respecto al tratamiento, destaca el concepto de la “Vis Medicatrix Naturae”, es decir, el poder curativo de la naturaleza y el propio cuerpo. El médico debe colaborar con esta fuerza para devolver la salud al enfermo.
Es también, en este sentido, que insiste en la importancia del “no daño”:
“Tener en las enfermedades dos cosas presentes: ser útil o al menos no perjudicar”
Dado que existe esta capacidad natural de la autocuración, muchas veces el médico sólo debe limitarse a hacer un diagnóstico y pronóstico acertados y proporcionar las condiciones ambientales adecuadas para que la sanidad se realice. Sin embargo, en el afán de sobresalir o mostrar que se está haciendo algo, puede suceder que los médicos incurran en tratamientos innecesarios con efectos colaterales, a veces, catastróficos. Hipócrates llama con insistencia a evitar la parafernalia y curar de la forma más simple posible:
“Obtener la curación de la parte enferma es lo que en medicina prevalece sobre lo demás; pero si se puede alcanzar este fín de varias maneras, hay que escoger la que comporta menos ostentación: esta es la regla propia del honor y del arte para quien no aspire a una vulgar falsificación”.
La dietética es la base de la terapéutica hipocrática para todas las enfermedades y necesaria para la aplicación de otras intervenciones como la fisioterapia, kinesioterapia, farmacoterapia y cirugía:
“Que la dieta sea tu alimento y el alimento tu medicina”
Para Hipócrates la medicina es un arte, en el que el médico debe perfeccionarse durante toda la vida:
“Sin duda cuando el arte exige un grado tal de exactitud, es difícil alcanzar siempre la precisión perfecta”
Cualquier filósofo que aspire a conocer al hombre en toda su plenitud debe ser médico, en caso contrario sólo será un teórico:
“Para tener algún conocimiento preciso sobre la naturaleza, no hay en absoluto otra fuente que la medicina, y que solamente después de haber abrazado la medicina misma en todo su conjunto y según sus reglas es posible aprender a fondo este objeto, es decir esta ciencia que consiste en saber exactamente qué es el hombre, las causas que lo producen y todo el resto”
Desde el punto de vista moral el Juramento Hipocrático es un verdadero código de ética destinado a resguardar el quehacer profesional y especialmente el prestigio del médico y de su profesión.
En él destaca la importancia del secreto médico, el respeto a la vida humana en todas sus etapas, la lealtad al enfermo, el respeto por sus maestros y la necesidad de llevar una vida virtuosa y piadosa:
“Así pues, si doy cumplimiento a este juramento, sin falta, que se me conceda disfrutar de la vida y de mi arte en medio de la consideración de todos los hombres hasta el último día; pero si lo violo y me vuelvo perjuro, que me suceda todo lo contrario”
El perfil del ideal de médico hipocrático sería: reflexivo, estudioso, objetivo, piadoso, virtuoso, filósofo, líder, sobrio, abnegado, minucioso, discreto, diestro, respetuoso de la naturaleza y su divinidad y, por sobre todo, con un importante sentimiento de “amor al arte y amor al hombre”.
Estos ideales, aunque plenamente vigentes, se encuentran seriamente amenazados en nuestra civilización, especialmente por el materialismo imperante. Dentro de los factores involucrados en este deterioro están:
1) La influencia de la industria farmacéutica sobre las normas y conocimientos médicos. Estas son empresas que mueven enormes cantidades de dinero y que financian proyectos de investigación, congresos, instituciones médicas, revistas científicas, etc. El resultado es una pérdida de objetividad tanto en la educación como el ejercicio de la medicina, en que se privilegia la píldora por sobre otras terapias, que por su inocuidad, deberían ser previas o concomitantes a la farmacología. Ej: dietética, kinesioterapia, psicoterapia o fisioterapia. Lamentablemente, las actuales escuelas de medicina le otorgan escaso énfasis a estos conocimientos y la mayoría de los médicos no poseen la información ni destrezas suficientes en estas materias.
2) Las políticas estatales en que, al menos para la salud del adulto, se privilegia la curación por sobre la prevención. Por ejemplo, es evidente que es más barato y eficiente desmotivar el consumo de cigarrillos que desarrollar centros de atención para enfisema pulmonar o enfermedad coronaria, sin embargo, estamos rodeados de publicidad que motiva este hábito, con un ingenuo mensaje que recuerda que puede producir cáncer.
Por otra parte, en un intento de masificar el acto médico, se exige, como marcador de eficiencia, la brevedad en la atención a cada paciente. Esto se traduce en una consulta rápida y superficial, enfocada al órgano y no al enfermo en su totalidad y en la que se intenta suplir la escueta entrevista y examen físico, con pruebas de laboratorio o radiológicas onerosas, excesivas e incluso potencialmente peligrosas. Se afecta notoriamente la relación médico-paciente, trasformándose más bien en una relación de suspicacia que de ayuda.
3) El excesivo afán de lucro de algunos profesionales médicos, lo cual no es extraño en nuestra sociedad consumista. Esto se traduce en el cobro poco transparente de prestaciones, la realización de intervenciones innecesarias, el recibo de porcentajes o regalos por solicitud de exámenes o prescripción de medicamentos específicos y otras prácticas reñidas con la ética médica.
6) La irrupción, probablemente consecuencia de los puntos anteriores, de gran cantidad de charlatanes y terapias alternativas a la medicina científica, de dudosa eficacia y también con claros fines de lucro. Cabe recordar que la medicina está abierta a cualquier tipo de tratamiento, siempre que este sea demostrado útil a través de estudios objetivos. No basta que la terapia tenga una lógica, además debe ser eficaz.
Dicen que la historia es cíclica y hoy nos enfrentamos a muchos problemas que también lo fueron en la antigüedad. Necesitamos con urgencia un Hipócrates para restaurar nuestra medicina.
Bibliografía
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