¿Demencia senil o Alzheimer?
Un asunto histórico
Se denomina demencia al estado en que una persona pierde capacidades cognitivas al punto de requerir asistencia para actividades cotidianas como recordar sus medicamentos, el pago de sus cuentas o cómo llegar a alguna parte. En etapas avanzada se requiere incluso ayuda para comer, ir al baño o vestirse.
La mayoría de las demencias son degenerativas, esto es, se van perdiendo neuronas de forma acelerada, sin que el proceso se pueda detener o revertir. El cuadro más común es la enfermedad de Alzheimer, que afecta a aproximadamente el 5% de la población mayor de 65 años. También está la demencia vascular (secundaria a infartos o hemorragias cerebrales), infecciosa (ej. SIDA y Sífilis), por procesos expansivos cerebrales, etc.
Una pequeña proporción de las demencias son reversibles (ej. Hormonales, Nutricionales, tumorales).
El enfoque clínico consiste en diagnosticar la presencia de demencia (a través de la historia clínica y la aplicación de test que evalúan las capacidades cognitivas) y determinar su causa (para lo cual además se requieren estudios complementarios de neuroimágenes y exámenes de sangre).
Antiguamente se pensaba que la demencia era un proceso invariable de la edad. En el siglo XIX se atribuía a problemas de circulación cerebral (arterioesclerosis). A principios del siglo XX el médico alemán Alois
Alzheimer describió una paciente de 51 años con la enfermedad que lleva su nombre, relacionada a depósitos cerebrales anormales de proteína amiloidea. Se pensó que las demencias en jóvenes eran por Alzheimer y en viejos por arterioesclerosis. Así aparece el término de demencia senil o presenil (para las de menos de 60 años).
Hoy en día se sabe que la mayoría de las demencias en adultos mayores son también enfermedad de Alzheimer.
De modo que en la actualidad no se usa el término senil o presenil, sino más bien se clasifican por la microscopía cerebral y los síntomas que presentan. En la Enfermedad de Alzheimer el primer síntoma es la dificultad para retener nueva información, de modo que los pacientes se vuelven repetitivos y tienden a olvidar hechos recientes.
Un cuento navideño
-Lo que usted tiene es un infarto lacunar. Se trata de lesiones muy pequeñas, que por su localización estratégica en el cerebro pueden provocar estragos como esta parálisis que tiene. A todo esto ¿en qué trabaja usted don Luis?
-Soy chofer del Transantiago doctor. Manejo uno de esos buses grandes tipo oruga -me miró con unos ojos querendones color café intensamente oscuros. De tez morena, unos sesenta años, contextura delgada. De su cara caía una larga barba blanca como la nieve, que contrastaba con las negras frazadas de su catre de hospital. A falta de almohada, tenía enrollada una sábana bajo su cabeza. Al lado, un viejo velador blanco, con la pintura descascarada y un papel escrito con letra infantil: “te queremos mucho abuelito”.
-Linda su barba don Luis -dije sin pensar.
-Claro, suelo dejármela en esta época de navidad, aunque a mi esposa no le gusta mucho.
– Seguramente trabajará usted como Papá Noel… en algún mall.
-No doctor. Aunque efectivamente me disfrazo de viejo pascuero, no lo hago por dinero. Me gusta conducir así y ver la cara de asombro de los pasajeros al subir. Así vivo yo la navidad -efectivamente parecía la encarnación de Papá Noel- Sabe, yo trabajo en un barrio bien bravo ¿Conoce usted La Pintana?
-La verdad nunca he ido, pero he escuchado que es una zona complicada.
-Efectivamente doctor -asintió con la cabeza- trabajar allí es muy peligroso. Los asaltos a los buses son comunes. Pero a mí, todos me conocen. Nunca me ha pasado nada e incluso tengo la idea que los patos malos me ubican y me protegen. Le contaré una anécdota que me ocurrió hace poco -los pacientes de las otras camas se acomodaron para escuchar- Iba yo conduciendo mi máquina y justo antes de llegar a la garita, cuando ya los pasajeros habían descendido, pude ver en un condominio un grupo de niños alrededor de un árbol de navidad. De pronto uno gritó apuntándome con el dedo “¡El viejito pascuero! ¡El viejito pascuero!” Los niños salieron corriendo y se subieron al bus. Me miraban con asombro y me tocaban la barba y el traje rojo. Un adulto se acercó y me susurró al oído: “Señor, disculpe, los niños están tan ilusionados ¿sería usted tan amable de repartirles los regalos que les tenemos preparados?”. “Con todo gusto”, le contesté, “pero no me mando solo, tendrían ustedes que ir a hablar con mi jefe que está en la garita”. El jefe accedió y procedí a la entrega de regalos. Los niños estaban dichosos. Al terminar me subí a la micro, me reí como Viejo Pascuero, toqué la bocina y seguí mi camino. Esa es la historia de mi barba doctor -una nube de tristeza recorrió su rostro- Por favor, dígame que voy a poder volver a conducir, dígame que voy a poder volver a ilusionar a esos niños pobres de La Pintana.
Agradecimiento y deseos
Quiero sinceramente agradecerles la buena acogida del boletín, así como las recomendaciones y sugerencias enviadas.
En ese contexto, cambiamos el formato a uno que pudiera imprimirse con mayor facilidad e iremos incorporando los temas. Desearles que pasen unas muy felices fiestas y que el próximo año sea pleno de bendiciones